lunes, 17 de junio de 2013

"Great Games, Local Rules: The New Great Power Contest in Central Asia", de Alexander Cooley.

Escenario apetecido por el Imperio Ruso y el Imperio británico durante el siglo XIX en el llamado Gran Juego, el centro de Asia volvió a tener relevancia mundial en el inicio del siglo XXI con la guerra en Afganistán.
Alexander Cooley hace, en este libro que recomiendo vivamente, el análisis de la puja por influir de los tres grandes poderes en la región, a saber: Rusia, Estados Unidos y la República Popular China, entre los años 2001 y 2011.
Cooley parte con una observación sensata: la rivalidad actual no tiene paralelo con el Gran Juego o Torneo de Sombras que tuvo lugar en el siglo XIX. En aquella circunstancia, tanto Rusia como Gran Bretaña aspiraban al dominio de la región, una lucha por la ocupación de nuevos territorios. Ahora, las prioridades son diferentes. Estados Unidos se ha involucrado por la guerra en Afganistán y precisa de bases de operaciones y caminos para abastecer a sus tropas, así como aliados regionales en la guerra internacional contra el terrorismo. La República Popular China se involucra para asegurar su frontera occidental y su presencia en la región del Xinjiang, habitada por los uigures, que tanto por su composición étnica como religiosa están emparentados con los pueblos de Asia Central. Rusia, en cambio, no tiene un objetivo específico; pero busca de algún modo preservar su status de ex potencia colonial, tal como lo hacen los franceses y británicos en países de África y Asia. 
Estas singularidades han llevado a que las cinco repúblicas ex soviéticas de Kazajistán, Kirguistán, Tadjikistán, Turkmenistán y Uzbekistán no hayan avanzado en procesos de democratización sino que, por el contrario, se han quedado en lo que yo denomino "transiciones de hierro", encabezadas por la vieja élite de los partidos comunistas locales. El autor remarca que los tres grandes jugadores han tenido que adaptarse a las reglas locales, ya que las élites gobernantes buscan preservar el poder y utilizan en su favor la rivalidad de los actores externos.
Los gobernantes de los países ex soviéticos de Asia Central han empleado los fondos prestados por estas naciones en su red patrimonial, así como en el enriquecimiento personal. Las cuentas del presidente kazajo Nursultan Nazarbaiev en Suiza, la fortuna de Maksim Bakiyev -hijo del ex presidente kirguizio-, y la riqueza de Gulnara Karimova -hija del presidente uzbeko Islam Karimov-, son sólo algunos ejemplos de la corrupción de esos países que continúan siendo dominados por la vieja nomenklatura. Los recursos del Estado no se someten al control de los ciudadanos, los medios de comunicación están sometidos y se rechazan las políticas de transparencia y democratización que propugnan los occidentales, sosteniendo que su cultura es diferente. Rusia y la República Popular China, que tienen regímenes autoritarios, claramente ven con recelo a las ONG procedentes de Estados Unidos y Europa occidental, promotoras del respeto a las libertades individuales, garantías procesales y el cumplimiento de tratados internacionales. Asimismo, durante las dos presidencias de George W. Bush se privilegió la guerra internacional contra el terrorismo, por lo que se proveyó a las fuerzas armadas de Asia Central de armamentos, información y capacitación que fueron utilizados para combatir a grupos islamistas y, también, a acallar a la oposición interna. 
La Federación de Rusia apoyó esta guerra internacional para aplastar a las guerrillas en Chechenia, y la República Popular China incluyó a varios grupos independentistas uigures en la lista negra del terrorismo internacional. 
Sin embargo, Rusia y la República Popular China también se involucraron en la región a través de organismos internacionales, como el CSTO (Collective Security Treaty Organization) liderado por Moscú, y la OCS (Organización para la Cooperación de Shanghai), con sede en Beijing. 
Alexander Cooley dedica un capítulo a Kirguistán y cómo los presidentes Akaiev y Bakiyev manipularon la presencia estadounidense en la base aérea de Manas, a pocos kilómetros de Bishkek, para obtener mayores dividendos de todas las partes. También aporta un capítulo similar sobre Uzbekistán, que también ha sabido utilizar su vecindad con Afganistán para servir de base de apoyo militar a las fuerzas de la OTAN, obteniendo con ello importantes recursos y conocimientos militares. 
El libro es sumamente valioso porque aporta conocimientos sobre la actualidad del centro de Asia, y también es una alerta sobre prácticas de corrupción y patrimonialismo de gobiernos sin escrúpulos que se alían a regímenes autoritarios y depredadores que, lamentablemente, hacen retroceder los escasos avances de la democracia liberal en la región.

Alexander CooleyGreat Games, Local Rules: The New Great Power Contest in Central Asia. New York, Oxford University Press, 2012.

sábado, 15 de junio de 2013

"The Sorcerer as Apprentice", de Stephen Blank.

La relación difícil que los rusos tuvieron -y tienen- con las otras nacionalidades de su entorno, no tuvo una solución pacífica durante la revolución bolchevique. El propósito de Lenin y el consejo de comisarios del pueblo (Sovnarkom) fue el de mantener las fronteras del antiguo imperio de los zares, aun cuando el discurso dejó de ser el de la unidad en torno al monarca y la ortodoxia, para ser el del internacionalismo proletario.
Stephen Blank, reconocido especialista en Rusia y la Unión Soviética, prestó especial atención al período en que Stalin fue el comisario para nacionalidades, a cargo del Narkomnats. Si bien Stalin no le prestó mucha atención a este organismo, ya que Lenin prefería delegarle otros asuntos más importantes, es claro que supo utilizar la función para ir ganando espacio dentro del partido y, en especial, en el Politburó. 
Los bolcheviques, en su gran mayoría rusos, se apoyaron en la presencia de rusos en las áreas geográficas que dominaban desde los tiempos del zarismo, como en el Cáucaso, los Urales y Asia Central. Las nacionalidades no rusas que componían el vasto imperio, si bien juntas sumaban aproximadamente el 60%, estaban desunidas. Muchas, como los tátaros y los bashkires, se sumaron a los bolcheviques como una opción que suponían menos conflictiva que la de los ejércitos blancos, que desconocían toda reivindicación nacionalista. Así ocurrió con el Alash Orda de los kazajos, que luego padecieron la persecución y las purgas a manos de los bolcheviques tras la guerra civil.
Blank señala con acierto que los bolcheviques veían con prejuicios eurocentristas a las poblaciones musulmanas de Crimea, el Cáucaso y Asia Central. Era una prolongación de la "misión civilizadora" de los pueblos blancos para llevar el progreso a los bárbaros atrasados, una concepción que el orientalismo decimonónico marcó fuertemente en las mentes de muchos europeos. Por otro lado, Lenin y los bolcheviques observaban todas las relaciones humanas a través del ajustado prisma de la lucha de clases, por lo que desconfiaban de las reivindicaciones nacionales de los pueblos centroasiáticos y del Cáucaso. Dentro de las filas bolcheviques tuvo activa participación Sultangaliev, tátaro, que intentó impulsar una política de laicización y modernización del Islam, procurando su reforma, evitando de este modo las campañas antirreligiosas que impulsaba el Sovnarkom en la Rusia europea contra cristianos y judíos. 
El Narkompros, la comisaría del pueblo para la educación, propuso la latinización de los alfabetos de los pueblos musulmanes con el argumento de que era más sencillo para la propagación de la alfabetización. De un modo claro, buscaba la ruptura de estas nacionalidades de todo contacto con musulmanes allende las fronteras de lo que fue la URSS, así como el extrañamiento de toda la literatura anterior en alifato. De hecho, a mediados de los años treinta, el nuevo cambio de alfabeto será la conversión al cirílico, una medida que apuntaba hacia la rusificación y el quiebre de todo contacto con la cultura exterior.
Se ignora si realmente Sultangaliev buscaba crear una república independiente de toda Asia Central. Sultangaliev sostenía que la lucha de clases entre burgueses y proletarios no tenía sentido en su región, puesto que la mayoría de sus pobladores eran nómadas. Creía que todos los centroasiáticos eran proletarios, víctimas de la explotación del imperialismo ruso, lo que lo hacía sospechoso, a ojos de Stalin, de una desviación de "comunismo nacional".
Lo cierto es que Stalin logró imponer sus tesis contra el "comunismo nacional" en el XII congreso del partido, en 1923, y al mes siguiente acusó a Sultangaliev en el Comité Central del partido de conspirar contra la revolución. Kamenev, Zinoviev y Trotski no hicieron nada para impedir este juicio, ya que ellos también veían en modo oblicuo a las minorías nacionales. Stalin, con el aval de Lenin, se propuso dar un juicio ejemplar para disipar toda tendencia separatista y nacionalista. Sultangaliev fue acusado de establecer relaciones secretas con Turquía, Irán y los basmachis para separarse de la Unión Soviética. 
Si bien el Narkomnats fue disuelto en 1924, Stalin lo utilizó para fomentar la centralización del poder y fue un anticipo de lo que fue su política totalitaria y genocida en los años posteriores.

Stephen BlankThe Sorcerer as Apprentice. Stalin as Commissar of Nationalities, 1917-1924. Westport, Greenwood Press, 1994.